Año 3K-BC-Wi-Fi

En el año tres mil antes del Wi-Fi, en una ciudad donde las jirafas vendían seguros de vida y los semáforos cambiaban de color según el estado de ánimo de los transeúntes, vivía un hombre llamado Oclofrénico. No era su verdadero nombre, pero tampoco era falso, simplemente le había caído del cielo junto con un manual de instrucciones para una licuadora sin hélices.

Una mañana, mientras tomaba un mate con sabor a electricidad estática, vio que su sombra había decidido independizarse. Se despegó de sus pies con un bostezo largo y le dejó una nota:
“Me cansé de ser tu doble oscuro. Me voy a buscar un trabajo de luna nueva.”

Oclofrénico no tuvo tiempo de responder porque en ese mismo instante un elefante pasó volando, arrastrado por un tornado hecho de cucharas. “Eso no es normal”, pensó, justo antes de que una de las cucharas le hiciera cosquillas en la nariz.

A la tarde, fue al banco a retirar sus ahorros, pero en la ventanilla le dieron un globo inflado con aire de otra dimensión y le dijeron que ahora el dinero se almacenaba en forma de poesía. Le recitaron su saldo en un soneto de catorce versos y le cobraron intereses en haikus.

Ya de noche, cuando quiso acostarse, su cama estaba ocupada por un loro que hablaba en código Morse. “Tu destino está escrito en las migas de pan”, le dijo el loro mientras prendía un cigarro imaginario y desaparecía por la ventana.

Oclofrénico suspiró, se puso el saco al revés, y decidió que al día siguiente se despertaría antes que el sol, para pillarlo infraganti y preguntarle si todo eso tenía algún sentido.

Pero al otro día, el sol no salió. En su lugar, había un cartel que decía:
“HOY DESCANSO. INTENTAR DE NUEVO MAÑANA.”

Y así fue como la humanidad tuvo que alumbrarse con linternas de grillos hasta nuevo aviso.

¡De grillos, Alan, de grillos! Porque viste que los grillos hacen ruido, pero en esta dimensión paralela eran bioluminiscentes y los usaban como linternas vivas. Imaginate a la gente sosteniendo frascos llenos de grillos brillantes mientras caminaban por la ciudad, tratando de entender qué carajo había pasado con el sol.

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