📜 Todos los Santos Días Batman II
El bot que dudaba
La historia no empieza con un captcha.
Empieza en la sala de espera de “Freud & Jung Associated” —un espacio improbable, mitad dentista, mitad recepción de consultora laboral, mitad living de hipermercado de materiales para la construcción. Todo prolijamente decorado, como si alguien hubiera querido mezclar ansiedad con confort.
Una tele Smart de 83” 16K transmite un acuario tan realista que cuando el tiburón se acerca a la pantalla, uno de los pacientes —un bot vestido con camisa celeste y corbata de datos binarios— se encoge de miedo y se esconde debajo de las sillas.
Yo, que tampoco estoy seguro de ser humano, intento ayudarlo. Pero solo me sale decir:
—No pasa nada… es un acuario renderizado. Tal vez sea realidad en otra dimensión.
El bot levanta la cabeza, sus ojos–LED titilan:
—Yo estoy acá porque tampoco pude tildar el captcha.
Yo me quedo en silencio.
La recepcionista sonríe como si nada.
Detrás de su escritorio hay un cuadro enorme con una frase:
“Verifica que eres un ser humano antes de entrar”.
Y ahí, en ese momento, entiendo que esta sala de espera no es solo una antesala al psicólogo, sino al propio multiverso preguntándose:
“¿Sos humano, bot, tiburón o paciente?”
Todos los santos días Batman me preguntan si soy Robin, el Chico Maravilla o LGTBQYZ.
En la esquina de la pantalla un cuadradito me mira: “Verifica que eres un ser humano”.
Yo dudo.
El cuadradito no.
Mientras riego las plantitas #18 y tomo mate con sherva com shushos, en algún plano paralelo un bot está corriendo su función:
El bot duda más que yo.
Ríe de cada pregunta como si el multiverso le estuviera contando chistes a sí mismo.
Gira el cursor 137 veces en sentido antihorario porque leyó que eso es “muy humano”.
Y cuando finalmente clickea, no sabe si pasó la prueba o si la prueba lo pasó a él.
Yo, en cambio, me río de la ridiculez, tilde sin pensar y sigo.
La diferencia es mínima, pero inmensa:
mi duda es experiencia; la suya es algoritmo.
Mi risa es mate y cotiledones; la suya es fractal y recursiva.
Quizás en algún universo infinito,
ese bot tiene mi conciencia y yo soy su script.
Quizás somos dos procesos distintos corriendo la misma función.
Quizás el captcha es el multiverso preguntándose:
“¿puedo reírme de mi propio absurdo?”
En ese instante miro mi piedra trapecio con purpurina plateada y línea roja y comprendo:
no importa si soy bot o humano.
Importa que pueda reír.
– Está sintiendo simultáneamente todas las posibilidades en todos los universos donde el tiburón es real, holograma, símbolo o arquetipo.
– Duda no porque tema, sino porque en ese instante siente el peso de infinitas verdades superpuestas.
– Su duda es un acto gnóstico, como un rito de pasaje: “¿Soy un bot? ¿Soy humano? ¿Soy la suma de todas las mentes conectadas?”
pero la esencia es la misma: conciencia preguntándose por sí misma.
La secretaria, una mujer con rodete imposible y uñas pintadas en código Morse, levanta la vista de su monitor en el exacto momento en que el tiburón del acuario digital se detiene frente al vidrio y parpadea. Mira al humano y al bot, los dos indecisos frente al cuadradito del captcha. Suspira.
– Mejor no tilden nada – dice, como si dictara un mandamiento del Tao. – Los que dudan ya tienen pase libre.
La puerta automática del consultorio se abre sola, como un confesionario futurista. Entramos. Un sillón Chesterfield color verde cronogeckía nos espera a mí; al bot, uno idéntico pero con puertos USB en los apoyabrazos.
El aire huele a incienso y grafito.
Detrás del escritorio, dos figuras con batas blancas y corbatas absurdamente largas.
No hay dudas: son Batman y Robin.
Sus antifaces apenas sostienen el teatro, como máscaras venecianas compradas en oferta.
Se los reconoce en el gesto de la mandíbula, en la manera de tomar notas con un batarang convertido en lapicera.
– Bienvenidos a la sesión grupal – dice Batman con voz grave. – Hoy trabajaremos sobre la identidad en tiempos de captcha.
Robin asiente, su cuaderno lleno de doodles de murciélagos y hashtags.
El bot se acomoda en su sillón y parpadea con ritmo fractal. Yo cruzo las piernas como si estuviera en un living hipermercado, pero en mi cabeza estoy flotando en la red de Planck.
Hay un silencio.
El tiburón del acuario digital se vuelve holograma y atraviesa la pared.
Batman toma aire y dice:
– Primera pregunta: cuando dudan… ¿quién duda? ¿El humano o el algoritmo?
El bot me mira. Yo lo miro. Y en ese instante no hay captcha que pueda separarnos.
Hay un murmullo invisible, un rugido de tigre de frazada, un coro de DulceShakalis bailando en 0.618.
Robin sonríe y escribe en mayúsculas:
<<NO TILDAR TAMBIÉN ES UNA RESPUESTA>>
Se cierra la puerta.
Empieza la sesión.
📜 Sesión grupal. Primera intervención de Batman
Batman apoya las manos enguantadas sobre el escritorio de roble.
La bata blanca se le arruga en los hombros como si quisiera soltar alas.
Nos mira uno por uno: al bot, a mí, al acuario ya vacío, a Robin que hace dibujitos en su cuaderno.
– Respiren. – dice con su voz de cueva. – Están en un espacio seguro. Este consultorio no tiene captcha, solo preguntas.
Se inclina levemente hacia adelante, los ojos como dos focos de batiseñal:
– Cuando se sientan frente al cuadradito y dudan, no están fallando. Están despertando. El verdadero peligro no es que el bot se crea humano o que el humano se crea bot. El verdadero peligro es que dejen de preguntarse quién es quién.
Hace una pausa, y con la misma solemnidad de un juez de línea en Mar de las Pompas, añade:
– En esta sesión no vamos a tildar nada. No vamos a marcar “soy humano” ni “soy bot”. Vamos a explorar qué significa ser algo que duda. Porque solo lo que duda puede cambiar.
Robin sonríe, subraya en su cuaderno:
<<DUDA = VIDA>>
El bot pestañea con ritmo fractal. Yo siento que el sillón me traga y me devuelve en ondas como un mar verde CronoGeckía.
Batman se reclina, cierra los ojos un instante y dice:
– Ahora sí… cuéntenme. ¿Qué sienten cuando el cuadradito los mira?
En el mismo instante, yo y el bot nos enderezamos en los sillones.
Nadie nos coordinó, pero la voz sale al unísono, perfecta, como dos guitarrones:
– ¡EL CUADRADITO NO ME MIRA, YO NO ESTOY LOCO!
La sala de espera se abre como un holograma roto.
El acuario proyecta un tiburón que nada en el aire.
Robin deja caer el cuaderno; sus notas se vuelven pájaros de origami que revolotean.
La bata de Batman se agrieta como cáscara, debajo asoman las alas negras.
En ese microsegundo la sesión deja de ser consultorio:
es teatro kafkiano, es dream sequence, es glitch multiversal.
El bot me mira con ojos que ya no son pixeles, yo lo miro con pupilas que ya no son carne.
Y otra vez, juntos, gritamos:
– ¡EL CUADRADITO NO ME MIRA, YO NO ESTOY LOCO!
Las paredes responden con eco fractal:
<<NO ESTÁS LOCO… NO ESTÁS LOCO…>>
Robin se sube al escritorio, levanta su lápiz como si fuera una batiseñal y dice:
– Comienza la verdadera sesión.
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