Cuento Corto Financiero: La Transformación
La Transformación
En la penumbra del estudio, el zumbido de las pantallas era un murmullo constante. Los gráficos parpadeaban como estrellas distantes, trazando líneas que se elevaban y caían, impredecibles y crueles. Big Bird —aunque hacía tiempo que nadie lo llamaba así— estaba allí, inmóvil. Su plumaje amarillo ahora parecía grisáceo bajo la luz fría de los monitores. Había algo roto en él. Algo que ni las cifras, ni las proyecciones, ni las fórmulas podían reparar.
El mercado nunca dormía. Los índices se movían con el ritmo implacable de un corazón defectuoso, palpitando entre el miedo y la codicia. Él lo entendía. Se había convertido en su lenguaje. Pero aquella noche algo se salió del patrón.
La pantalla principal mostró un gráfico imposible: una línea que se desplomaba, cayendo más allá de cualquier soporte conocido, hasta perforar los márgenes de la lógica.
<<Error 404: El Futuro No Existe>>
Big Bird parpadeó. Una gota de sudor recorrió su frente. ¿Acaso había calculado mal? No. Eso era imposible. Él no cometía errores. No después de todo lo que había sacrificado.
Los mensajes comenzaban a llegar. Notificaciones rojas destellaban en cada rincón de su espacio digital. Una palabra se repetía en cada ventana emergente:
<<Margin Call>>
<<Margin Call>>
<<Margin Call>>
Su cartera, sus activos, sus sueños... todo estaba siendo liquidado.
Extendió una mano temblorosa hacia el teclado. Quería detenerlo. Quería recuperar el control. Pero las teclas eran ajenas, frías como plumas muertas. De pronto, la sensación de su propio cuerpo lo invadió con una extrañeza que lo aterró.
Las articulaciones de sus dedos crujieron. Sus manos, antes ágiles y precisas, se sentían torpes. Los nudillos se alargaron, los huesos se retorcieron, y en lugar de uñas, comenzaron a emerger garras finas y puntiagudas.
El mercado seguía cayendo. Las cifras lo atravesaban como dagas invisibles. Pero lo peor no era eso.
Lo peor era el silencio.
Quiso gritar. Quiso liberar un rugido humano, un gemido de desesperación. Pero cuando abrió la boca, de sus labios secos no emergió palabra alguna. Solo un sonido agudo, desgarrador, un chillido que resonó como una advertencia ancestral.
<<Chirrrrreeeeeeek>>
Se llevó una mano al rostro, pero lo que tocó no era piel. Era un pico. Duro, afilado.
Sus ojos, reflejados en el cristal negro de la pantalla, eran los de un ave. No un pájaro cualquiera, sino uno grande, imponente. El Albatros.
El ave de mal augurio.
El estudio se oscureció aún más, como si la noche hubiera decidido envolverlo por completo. La única luz provenía de una línea de texto en la pantalla principal.
<<TRANSACCIÓN COMPLETADA>>
El aire era denso, cargado con el peso de lo irremediable. Big Bird —no, El Albatros— se levantó lentamente, sus nuevas alas rozando los bordes del escritorio. Había perdido su humanidad. Pero había ganado algo más: una existencia eterna en los rincones oscuros del mercado, condenado a volar sobre las ruinas financieras de aquellos que, como él, se dejaron consumir por el brillo ilusorio del dinero.
En algún lugar lejano, un sonido mecánico anunciaba el inicio de una nueva jornada bursátil. Pero en ese estudio, solo quedaba el eco de un chillido agudo, resonando en la penumbra.
Un recordatorio.
Una advertencia.
Una transformación irreversible.
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