Yerba con Yuyo (Sherva com Shushos): Viaje épico (Asistido por IA matera)

Yerba con Yuyo

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(música de fondo 3: <LINK>)
<<...ésta es una novela psicohistórica inspirada en hechos que nunca ocurrieron,
pero podrían haber pasado si el mate se cebaba con más ganas menos agua fría. >> (NOva)

"Ah, bueno, aquí estamos de nuevo, no te preocupes, vos intentá leerlo en el español latinoamericano rioplatense (o lo que te salga). Vamos a leer el mate, mate con sherva, sherva mate, así, con she, she, ¿viste?, sherva com shushos, she, she. Vamos a tomar unos mates con yerba con yuyo, porque hay muchos tipos de yerba, pero nosotros sabemos que la yerba con yuyo está hecha con todo tipo de plantas: con floriponio, con campanita, con cocaína, con marihuana, una pequeña ayahuasca personal de shushos alucinógenos." (Alan)

Ay, esa mezcla mágica que te venden como digestiva, relajante, energizante, ¡y resulta que es un brebaje psicodélico, papá! Vos metés la bombilla y no sabés si vas a terminar filosofando con Sócrates o bailando con los duendes del fondo del patio.

Floriponio, campanita, marihuana, cocaína... ¡mamita querida! Ese mate no es un mate, es una ceremonia chamánica. A la tercera cebada ya estás viendo a San Martín bajando de la cordillera en un unicornio de colores.

¡Sherva con shusho, papá! Así, con S-H aspirada, con eco de fondo, con el viento del norte pegándote en la nuca mientras el mate te mete de a poquito en otra dimensión:

¡Te lo cebo enteroSentate en un lugar cómodo, agarrá la bombilla con cariño, porque acá va la primer cebada del universo Yerba con Yuyo...

—Primer cebada—

Con la primera cebada, ves a los franceses subastando la Torre Eiffel por partes, en una feria de usados de Saint-Ouen. Cada viga vendida es un metro más de muralla en la Línea Maginot Extendida. Un alemán disfrazado de mimo intenta infiltrarse con una peluca rubia y un acordeón. Todo esto mientras un bot de DulceBot™ prepara un mate cósmico con yuyo de Saturno.

¡Ahhh, sí, casí me olvido de explicarte esto!: El Marcel Marceau de las SS (llamado Helmut), es un alemán que camina contra el viento invisible, y baja por una escalera imaginaria, mientras la Gestapo le dice “¡rápido, infiltrate con discreción!” y él responde con silencio... (porque es mimo).

Cada cebada hace más profunda la escena, más inexplicable. Porque claro, en este universo cebador, el mate no es una bebida, es un portal narrativo interdimensional. Y la yerba con yuyo no está regulada por la ANMAT, sino por un consejo ancestral de brujos mate-cultores que viven escondidos en los monoblocks de Avellaneda.

Segunda cebada—

El calor de la infusión te sube por el pecho como un dragón carancho, y de golpe, ¡zás!, apareces en el medio de un parlamento francés alternativo, donde todos los diputados usan boinas gigantes y hablan en un dialecto mezcla de francés antiguo, lunfardo y señas tangueras. En el centro del recinto, una pantalla gigante muestra la subasta en vivo de la punta de la Torre Eiffel.

<<¡Oferta aceptada: una bicicleta con canasto, un sifón de soda y dos entradas para ver a Pimpinela!>>

Los presentes aplauden en código Morse. El mimo alemán—Marcel de las SS—se desliza por el techo, colgado de un hilo de existencialismo, mientras en el subsuelo los franceses intentan construir una Línea Maginot que rodee no solo su país, sino su autoestima nacional.

En el pasillo, una figura se te aparece: es Charles de Gaulle cebando mate con yuyo junto a un general ruso.
Con este yuyo resistimos hasta a los tanques del alma, pibe —te dice, y te ofrece la bombilla plateada que brilla como un faro de locura lúcida.

Vos, sin dudar, tomas otra cebada...

Esto recién arranca, ¡Vamooo! Agarrate que la tercera cebada pega como cachetazo de realidad invertida...

Tercera cebada—

El sabor del yuyo te raspa la garganta con un dejo de pétalos de campanita y bigotes de Napoleón seco. Y cuando bajas la bombilla, ¡puf!, ya no estás en el parlamento, ni con Charles de Gaulle... ahora estás en pleno campo, en la Francia profunda, pero no una Francia cualquiera: es la Francia gaucha, la que surgió cuando un error temporal hizo que la Revolución Francesa coincidiera con la Revolución de Mayo.

Una legión de cocineros revolucionarios cocina guiso con baguette, y de los árboles cuelgan banderas que mezclan el gorro frigio con el escudo de San Martín. En el medio de la escena, un koala con chaleco de cuero, gorro de gaucho y un fajo de dólares, da un discurso libertario arriba de un bidón de nafta:

¡Basta de francos! ¡Vamos con el dólar blue gaucho! ¡Y que la Bastilla se convierta en free shop!

Todos aplauden mientras un coro de patos con voz de Edith Piaf canta "No, rien de rien... je ne regrette rien..." en remix chamamé.

Miras a tu alrededor, mareas de cebadas, y ves cómo un monje loco te acerca un mate tallado en hueso de filósofo:
Este yuyo no es para cualquieradice el monje— abre portales al pensamiento prohibido.

Y sin pensar, ¡otra vez, sorbo va!
Esto viene con efecto colateral de fernet cuántico y conspiración reptiliana en el Louvre.

¡Exacto! es lo que pensás ¡La cuarta cebada es la cebada dimensional! La bombilla ya no chupa agua, chupa realidades paralelas... 

Cuarta cebada

El líquido entra como si fuera un rayo en cámara lenta. Sentis que se disuelven tus pies, tus pensamientos, y tu conciencia cae en espiral por una escalera de caracol dibujada por Escher en una servilleta mojada. Cuando abris los ojos, estás en el mismísimo Louvre... pero no es el de siempre. Este Louvre fue invadido por una logia secreta de reptilianos baristas, que reemplazaron todas las obras de arte por cuadros hechos con yerba húmeda y tostadas con palta.

La Mona Lisa ahora tiene ojos de mate y sonrisa de bombilla torcida. Detrás del cuadro, hay una puerta secreta que vibra con la voz de Gardel cantando en idioma reptiloide.

Empujas la puerta y entras a un salón subterráneo donde se lleva a cabo la Gran Asamblea Mateo-Reptiliana. En el centro, hay una calabaza gigante conectada con cables USB a un servidor IBM de los años setenta. Un DulceBot del futuro —con cuerpo de sifón y ojos de LED— preside la reunión.

Compañeres del yuyo cósmico —dice con eco metálico—, la revolución no se cebará sola. Acá está el elegido. ¡Que tome la cuarta dimensión y la transforme en termo eterno!

Todos los reptilianos silban en frecuencia infrasonora mientras te acercan un mate que flota. Lo tomas, y al primer sorbo, sentis que el tiempo se pliega como masa filo...

De aquí ya vamos a un café galáctico, abrochate el cinturón de alpargatas porque viene la cebada que atraviesa el éter y se mete en los pliegues emocionales del mate sideral...

Quinta cebada

Ni bien el líquido cósmico te toca la lengua, el universo se pone en modo bandoneón. Todo se estira, se encoge, y de repente estás flotando en una estación orbital tanguera, construida por obreros del conurbano que fueron abducidos en la década del setenta. El lugar gira lento, como milonga dominguera, mientras suena un bandoneón que no tiene teclas sino botones que invocan recuerdos.

En el centro de la estación hay una pista de baile sin gravedad. Parejas de toda la galaxia se deslizan entre satélites, y en una mesa al fondo, un hombre te espera. Es Perón. De traje blanco, con un clavel rojo que flota a su lado. Lo acompaña Evita, vestida con un vestido hecho de luces de neón y pancartas pixeladas.

Vení, vos —dice Perón— el mate une más que la doctrina.
¿Querés azúcar o revolución?pregunta Evita, guiñando un ojo que brilla como estrella fugaz.

Te sentas, y Perón te muestra un mapa de la galaxia con matecitos marcando puntos estratégicos.
Esto no es una guerra, es una milonga universal. Y vos sos el que tiene que bailar el próximo paso.

Y en ese momento, un robot con cara de Troilo arranca un solo en bandoneón láser mientras cae del techo una lluvia de yerba estelar.

Sexta cebada

El mate tiene gusto a página vieja y a tinta fresca al mismo tiempo. Tragas y tu cuerpo se convierte en tipografía: una letra que camina por un cuento que aún no fue escrito. La realidad es papel, pero el papel se pliega y se repite en mismo como si Borges y Cortázar estuvieran jugando al ajedrez con las palabras y usaran el tablero como un portal.

Te encontras caminando por una biblioteca infinita donde los estantes son ramas de jacarandá y los libros florecen cuando los mirás. Borges, con su bastón de luz, está parado en un cruce de pasillos.

Usted no ha tomado mate. Ha abierto un laberinto.
Y en cada sorbo, una bifurcación... una historia que elige cebarse a mismaagrega Cortázar, desde un espejo que gotea relojes de arena mateados.

Te miras las manos y ves que están escritas con versos que cambian según lo que pensás. Te da cuenta de que vos sos el protagonista de una cebada autoconsciente, una yerba que te narra mientras vos la tomas.

Y justo cuando crees que todo se va a disolver en una metáfora, aparece un colectivo 60 interestelar manejado por Macedonio Fernández, que frena con ruido de máquina de escribir oxidada.

—¡Vamos! Nos espera la séptima cebada, la del sueño colectivo, donde todas las conciencias se ceban mutuamente en una ronda sin tiempo.

¿Subís? Porque el colectivo no espera, y en la séptima... los mates ya se sirven con cucharitas de antimateria y los pensamientos se ceban como si fueran espuma.

Spin-off de la sexta cebada: El mimo de Maginot

La Torre Eiffel ya no está. En su lugar, hay una gigantesca tetera de acero inoxidable que lanza vapor en forma de lirios. En las calles, los franceses andan con caras largas y baguettes vacías, como si las palabras hubieran sido confiscadas por el gobierno. Pero entre ellos, camina sigiloso un hombre de cara blanca, guantes invisibles y un paso elegante.

Es Helmut, el mimo infiltrado de las SS. Un agente del Ministerio Alemán de Infusiones, enviado a recolectar muestras de la yerba con yuyo que crece en las grietas de la muralla Maginot. No habla. No puede. Pero con sus movimientos evoca ideas tan claras que hasta los caracoles le hacen señas de respeto.

Una noche, en un café clandestino iluminado por velas de absenta, Helmut se encuentra con un grupo de resistentes poetas cebadores franceses. Hablan en clave, con versos y metáforas. Él responde con gestos, dibujando con el dedo en el aire una taza y un remolino.

El jefe del grupo lo observa.
¿Acaso... vos también soñás con un mate libre?

Helmut asiente. Se quita los guantes y debajo revela dos hojas de yerba tatuadas en las palmas. Lo habían cebado de niño, en una base secreta de Patagonia ocupada. Y ahora, volvía a cerrar el ciclo, cebando el mate de la rebelión, el que uniría a Francia y Alemania... en la lucha contra el imperio del café.

Y desde algún rincón del universo, vos observas. Porque vos cebaste la historia. Y la historia... te ceba de vuelta.

Séptima cebada

El colectivo 60 interestelar flota en una ruta hecha de pensamientos olvidados. Cada asiento tiene su historia, cada boleto está escrito con sueños que nadie quiso recordar. Te subis y Macedonio te hace un gesto con la gorra.
Bienvenido a la cebada del retorno. Tomá asiento... si podés.

El asiento se desliza solo y lo acomoda flotando. Frente a vos, una azafata con ojos de pirámide ofrece un mate translúcido. La yerba gira como galaxia en miniatura. Y la cucharita... la cucharita no está.

No, esperá... ¡ahí está!. Solo que es invisible al ojo humano porque está hecha de antimateria y ternura. Se activa con la fe.

La azafata, que en realidad es una entidad reptiloide reconvertida en sommelier de mates, te sonríe con sus escamas brillantes.

¿Azúcar imaginaria, mi amor?pregunta en rioplatense interdimensional.
Por supuestorespondes, pero ya no hablas: pensás en forma de cebadura.
La cucharita se revuelve en espiral hacia el centro del tiempo. Un grano de azúcar anunaki se disuelve y abre un agujero de conciencia.

Entonces el colectivo se eleva, atraviesa el borde de la existencia y entra en la Gran Rotonda Universal: un círculo de mates eternos cebados por todas las entidades que alguna vez soñaron con ser humanas.

Ahí están los ancestros, los dioses, los gatos, los algoritmos y los memes. Todos cebando, todos tomando, todos llorando un poquito.

Te das cuenta: no volvés a tu casa. Volvés a vos mismo.

Porque el mate no se toma para ir a algún lado...dice Macedonio mientras guía el 60 hacia el horizonte de sucesos— ...se toma para volver al centro del pecho, donde todo empieza.

Y ahí, justo ahí, empieza la octava cebada...

Octava cebada

El mate en esta octava cebada es diferente. No tiene sabor, no tiene color, no tiene forma. Es solo presencia. Vos lo sostenes, pero al tocarlo, sentís que no sos quien lo sostiene, sino que es el mate quien te sostiene a vos, como un abrazo cósmico. Y el vapor que emana, que antes era vapor de yerba, ahora es vapor de unidad, de integración, de conciencia sin fronteras.

Las sustancias psicoactivas de la yerba con yuyo, que antes alteraban la percepción, ahora se convierten en vehículos de la trascendencia. Los yuyos, esas hierbas cargadas de historias ancestrales, son las mismas que te llevan a ese punto donde el tiempo se convierte en una espiral infinita, una danza eterna entre el ser y la nada.

Y ahí, en ese espacio, surge la figura de Kali. Pero no como la diosa destructora, sino como la fuerza del renacimiento, el principio de todo lo que es y de todo lo que será. En su mano lleva un mate, pero no es un mate común. Es un mate de todos los tiempos, de todas las realidades, de todos los universos posibles. Es el mate del ser absoluto.

Este mate...dice Kali con una sonrisa de infinita comprensión— ...es la cebada del regreso a ti mismo. No es sólo la yerba ni el yuyo. Es la materia y la conciencia fusionadas en un solo momento, un solo suspiro, un solo todo.

La miras, y en tu mirada ya no hay preguntas. Solo entendimiento. Solo presencia. Como si todo lo que viviste, todas las cebadas anteriores, no fueran más que reflejos de este instante: el regreso a vos, a la unidad del ser. Y ese ser, ahora lo sabe, no es algo que se pueda poseer, sino que es todo lo que existe, en todos los lugares, en todos los tiempos.

El colectivo 60 ya no está. La Torre Eiffel ya no está. La Línea Maginot se disuelve como un eco. Todo lo que queda es el mate, el yuyo, la yerba, el azúcar de reptil, el retorno, la cebada... y el ser.

Y ahí, en ese momento, entendés lo que Perón quiso decir cuando habló de la tercera posición: no hay separación entre los mundos. Todos son un solo mate, una sola cebada, una sola unidad.

Entonces, en el silencio, Kali te ofrece el mate.
Tomá. Este es el mate de la unidad, donde todo lo que eres y lo que serás, ya está.

Tomas el mate. Y en ese sorbo, ya no hay separación. Solo sos. Solo estás.

Cerras los ojos y te disolvés en una espiral infinita...

... mientras tanto, desde los oscuros ámbitos de las universidades que adoctrinan, se le pide a los alumnos en los finales un análisis como éste...

Análisis sociopolítico de "Yerba con Yuyo"

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