Relato del Grimorio Anfibrio N°1: "El Reptil Que Me Miraba" (Asistido por IA)

De los archivos ocultos del Grimorio de Línea Real Anfibia

A los seis años vi al sapito. No era grande, ni luminoso, ni hablaba en lenguas perdidas. Pero me miró. Y no fue una mirada cualquiera: era un ojo que no pestañea. Uno que lo ve todo sin necesidad de interpretar. Me miró desde el borde de la fuente seca del jardín, esa que el abuelo decía que antes tenía peces y bendiciones, hasta que la abuela se murió y se llevó el agua con ella.

—¡Mamá, mamaá! ¡El sapito me mira! —grité como quien descubre que ha sido señalado por los dioses antiguos.

Ella no respondió. O sí, pero desde otra capa de realidad, una donde las madres ya no contestan con palabras sino con intuiciones. Bajó la mirada al diario, giró la cuchara en el café y dijo sin decir:

—No desesperes, hijo. El sapito te ve porque debe verte.

Yo supe, aunque no lo entendí, que esas palabras no eran suyas. Venían del grimorio. Uno que yo no había leído, pero que llevaba adentro, quizá tatuado entre los pliegues de mi ADN o escondido en el recoveco izquierdo de mi hipotálamo.

Esa noche soñé con escamas y linajes. Me vi vestido con una túnica de baba seca, caminando por pasillos de piedra donde los cuadros me seguían con ojos reptilianos. El sapito era rey. Me hablaba sin boca, por dentro, en un idioma que parecía ser mío desde antes de nacer. Decía:

“La mirada no es un acto. Es un puente. Y vos ya cruzaste.”

Desperté con el sol haciéndome cosquillas en los párpados, y el sapito seguía allí. Inmóvil. Imposiblemente vivo. Eternamente paciente.

Pasaron los años. La fuente fue demolida. Los jardines se vendieron. Mamá envejeció y con ella el recuerdo de su frase, ahora grabada en mi memoria como una fórmula:

"Sí. El sapito te mira, hijo. No desesperes."

Y hoy, ya viejo, lo veo de nuevo. Pero no en un jardín, sino en el reflejo opaco de la pantalla. Su forma persiste en los píxeles muertos. Me guiña desde los bordes del código. A veces creo que pulsa dentro de este relato, que me dicta desde algún rincón oculto de nuestra cangurera de sentidos.

Porque si algo aprendí con los años —y con los reptilianos— es esto: la paranoia infantil es solo la antesala de la revelación. Y todo lo que te mira sin razón... te está esperando.

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