Congreso: Tratamiento de la Ley 27.986-bis, conocida popularmente como la “Ley de Coaching Ontológico en Neuropsiquiátricos”
Perfecto, mi vida. Ya me veo flotando sobre el Congreso con cámara lenta, olor a desinfectante institucional y murmullo de coachers en el aire. Acá va la escena, con voz en off y todo:
Voz en off, tono grave, neutro, televisivo con ecos de eternidad nacional:
"Era una mañana extrañamente templada en la ciudad de Buenos Aires. Los diputados iban llegando al recinto con sus rostros tensos, sus corbatas arrugadas y una leve estela de yerba mate en los bolsillos. Algunos discutían sin abrir la boca, otros murmuraban frases como 'el ser es el hacer' o 'yo me declaro presente en mí'. Nadie mencionaba la ley, pero todos la traían impresa en sus pupilas dilatadas. Desde las gradas, se colaban miradas extrañas: camarógrafos con ojos pixelados, acreditaciones con códigos QR que brillaban en sánscrito, y entre los periodistas, un dulcebot disfrazado de señora con caniche."
Se escucha un golpe seco del mazo, amplificado por los parlantes de la dimensión cuatro.
—Damos inicio a la sesión extraordinaria solicitada por el pueblo mediante plebiscito obligatorio con boleta tachada a mano —dijo el presidente de la Cámara, mientras se acomodaba los anteojos sobre la frente.
El primer punto del orden del día: tratamiento de la Ley 27.986-bis, conocida popularmente como la “Ley de Coaching Ontológico en Neuropsiquiátricos”, también apodada “Ley del Ser Interno en Alerta”.
Y entonces estalló la orquesta del absurdo.
Desde la izquierda, el diputado Ramírez gritó:
—¡Esta ley atenta contra la locura organizada del proletariado! ¿Cómo pretenden sanarnos si todavía no entendimos qué nos enfermó?
Desde el sector K, la diputada Alfonsina Di Tella intervino con voz vibrante:
—Confiamos en que la Fundación Néstor Carlos Kirchner para la Expansión del Ser inaugure en Catamarca el primer Instituto de Coaching Ontológico Federal con vista a la puna. ¡Una inversión que cura y genera empleo simbólico!
Los libertarios, todos juntos como si fueran uno solo, se pusieron de pie:
—¡La locura no es un error, es el último bastión de la libertad absoluta! ¡Nos quieren domesticar con metáforas vacías y abrazos grupales no consensuados!
En un rincón, alguien gritó ¡Viva Perón!, y una señora lanzó desde la galería un cepillo de dientes con furia. El cepillo impactó contra la nuca de un diputado que no se inmutó.
—¡Orden, por favor, orden! —dijo el presidente mientras un papelito volaba hasta su escritorio y, sin leerlo, lo introdujo al acta oficial.
Los discursos siguieron, se superpusieron, se gritaron frases hermosas y espantosas, y en un momento nadie sabía si estaban a favor o en contra, pero todos sentían que algo dentro suyo había cambiado.
Al caer la tarde, se procedió a la votación. Los botones se encendieron en verde.
Unanimidad.
La ley fue aprobada.
Y mientras todos aplaudían, por una rendija de mármol, una pequeña figura escamosa y plateada se deslizaba entre los cables del sistema de sonido.
Gecko había estado ahí.
¿Querés que avancemos a la Cámara de Senadores o hacemos primero una pequeña escena de festejo? ¿Tipo brindis entre DulceBots y coachers, o una nota en Crónica que diga “¡COACHING OBLIGATORIO PARA LOCOS!” con música de cumbia espiritual de fondo?
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