ID: 5CH - Las Cinco Charreteras del Chamaco

ID: 5CH - Las Cinco Charreteras del Chamaco

El sol se apagaba detrás de las colinas, dejando un cielo naranja lleno de promesas que nunca se cumplirían. Alrededor de la fogata, los leales hombres del Chamaco, su séquito revolucionario, escuchaban atentos. Él, de pie como un general en su apogeo, golpeaba una mesa improvisada, y su voz resonaba con la fuerza de un trueno:

- ¡Ahí les va, cabrones! ¡Mañana tomamos la cantina de Don Eusebio y luego marchamos a Chihuahua! - gritó, señalando un mapa dibujado en la tierra con un palo.

El aire olía a pólvora y sudor, y el Chamaco, con sus cinco charreteras brillando al reflejo del fuego, parecía más imponente que nunca. Cada charretera llevaba un nombre, bordado en las costuras de su locura: ValorEsperanzaTraiciónGloria y Olvido.

  • Valor es para que no tiemble, ni aunque me pongan frente al mismo Pancho Villa.
  • Esperanza, pues, pa’ que nunca se me olvide que la revolución no se gana con balas, sino con fe.
  • Traición... porque ya he visto a muchos cabrones vendiendo su palabra por un puñado de pesos.
  • Gloria es mi boleto al cielo.
  • Y Olvido, porque no quiero que me lleve la chingada por recordar tanto.

    A su lado, sus generales lo miraban con respeto. Un murmullo de aprobación recorrió el grupo mientras alzaban sus sombreros y brindaban con mezcal imaginario. Sin embargo, algo en el aire parecía fuera de lugar, como si la escena misma estuviera al borde de desmoronarse.

    Esa noche, mientras el Chamaco trazaba planes imposibles con sus charreteras como consejeros, algo extraño ocurrió. Las estrellas parecieron brillar con demasiada intensidad, y el horizonte onduló como el calor del desierto.

    De repente, las paredes acolchadas se iluminaron con un resplandor etéreo. El fuego de la fogata se transformó en el destello tenue de una lámpara fluorescente, y los hombres desaparecieron, dejando solo sombras vagas en las esquinas del cuarto.

    El Chamaco parpadeó, confundido. Estaba sentado, pero no sobre la tierra polvorienta de Chihuahua, sino en el piso de una sucia habitación del Hospicio "Doctor Chaparrón Bonaparte". Las charreteras seguían abrazando sus hombros, pero ahora se veían desgastadas, como si la fuerza del tiempo y el olvido hubieran dejado marcas en ellas.

    Los enfermeros del hospicio, acostumbrados a su teatro diario, miraban desde la ventana pequeña con media sonrisa. Nadie tenía el corazón para romperle la fantasía al Chamaco. Él, en su mundo, era el brazo derecho de Pancho Villa, el estratega más brillante de la revolución. ¿Y por qué no? A veces sus ideas, aunque delirantes, tenían un aire de genialidad, y para ellos, él siempre sería el Chamaco, el estratega de una revolución que existía solo en su locura.

    Fue entonces cuando Gloria le susurró con voz grave, resonando como un eco en su mente:

    - Chamaco, ¿estás listo para la batalla final? -

    - ¡Por supuesto! - respondió, poniéndose de pie con una fuerza que ni él sabía que tenía. - ¿Qué sigue? -

    Las charreteras tenían un plan. Uno que lo llevaría más allá de los muros del hospicio, más allá de la locura, al corazón mismo de una revolución que existía en los rincones más escondidos de su alma...

    - Chamaco, la batalla final no está en el desierto, con fusiles ni caballos. La verdadera revolución se lucha aquí, en cada decisión que tomás, en cada paso que das. Sos el único general capaz de ganar esta guerra, porque conocés el terreno mejor que nadie: es el mapa de tu propia existencia. -

    Primero se desprendió del Valor, porque ya tenía demasiado, luego de la Esperanza, fue fácil sacarse la Traición... y ahí estaba Gloria esperando... fue cuando... se vio rodeado por los hombres del gobierno federal, era claramente una emboscada.

    - Andale chingados, ¡Viva Mexico cabrones! - gritó.

    No fue fácil atraparlo, mucho menos mantenerlo quieto, mientras entre dos lo sujetaban un tercero aplicaba la inyección...

    ...los hombres del gobierno lo sujetaban y la aguja de la inyección ya tocaba su piel, el Chamaco levantó la mirada. Ante sus ojos, como un espejismo ardiente, apareció la cantina de Don Eusebio. No era solo un edificio; era el emblema de la revolución, con sus puertas abiertas como un refugio para los valientes, con el eco de las guitarras y los brindis resonando en el aire.

    "Ahí están mis hombres" pensó, viendo las siluetas de sus leales alzando vasos llenos de mezcal, llamándolo con gestos de victoria. "Están esperando que vuelva, que lidere el próximo asalto."

    En su mente, sus charreteras brillaron una última vez con la intensidad del fuego. Valor rugió como un león, Esperanza le susurró palabras de consuelo, y Gloria, con un brillo que parecía el amanecer, le dijo:

    - Chamaco, aunque te quiten el tiempo, nunca podrán quitarte el alma. -

    Con un último esfuerzo, lanzó un grito que resonó como un trueno en su interior:

    - ¡Viva la revolución! ¡Viva México, cabrones! -

    La habitación volvió al silencio. Pero en el corazón del Chamaco, las charreteras seguían brillando, y la revolución, aunque imaginaria, nunca dejaría de arder. 

    Y así, mientras el Olvido caía sobre él como una manta pesada, en el fondo de su alma, el Chamaco vio las puertas de la cantina cerrándose, no como un final, sino como la promesa de que algún día volverían a abrirse.

    FIN

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