Triller Financierto: "Al Borde del Son" (Asistido por IA)

 

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"Al Borde del Son"

Fragmento extraído del blog: “La IA y Yo”
Sección: Triller Financierto / Especial Salsajazz Cuántico Vol. I

La música sonaba rara. Un son cubano descalabrado, con trompetas que casi se estrellaban en la atmósfera, como si Coltrane hubiese tomado ron con Einstein en una playa de plastichina. Las percusiones iban por libre, pero con tanto estilo que parecían saber algo que el resto del universo aún no.

Y ahí, entre ritmos que rozaban la catástrofe, estaba él.
Gustavo “El Gecko” Ardiles, broker de botellas recicladas, ex monaguillo de Wall Street y actual chamán de los mercados emergentes del Submundo D.

Juntaba botellas esperando que se termine la arena de los mares para vender a mejor precio.
Entonces gratis era caro —murmuró mientras una botella de Fanta Light del 98 le guiñaba el ojo.


Las leyes del mercado se habían distorsionado después del Colapso de la Contabilidad Ética. Nadie sabía exactamente cuándo había ocurrido, pero todos lo sentían en los bolsillos. Una inflación emocional hacía que las acciones en abrazos subieran y bajaran según la fase lunar. Las criptomonedas se habían fusionado con el agua bendita, y los sacerdotes ahora trabajaban de day traders.

Gustavo lo supo desde el principio: había que invertir en lo que nadie quería.
Y lo que nadie quería eran botellas sin alma, llenas de tiempo seco.

Ahí entraba su cangurera.
Una cangurera cuántica, regalo de un DulceBot evangélico llamado José del Entrelazamiento.
Adentro:

  • Un reloj que marcaba la hora del próximo colapso.

  • Un alfajor Jorgito con fecha de vencimiento en el año 3400.

  • Y un papelito arrugado que decía:

    << NO VENDÁS LA BOTELLA AZUL. ÉSA ES EL UNIVERSO. >>


Caminaba por las calles del Mercado Espectral, donde humanos disfrazados de algoritmos jugaban al tute con bots drogados de ginseng.
Allí, conoció a Tarsila, una humana infiltrada, programadora de futuros imposibles, con el pelo como ecuaciones diferenciales mal resueltas y los ojos llenos de nebulosa y deuda externa.

—¿Tenés la Azul? —le preguntó sin preámbulo.

Gustavo no respondió.
La música se afinó un segundo, apenas, como si el universo respirara en compás.
Ella sabía.
Y eso no era bueno.


Mientras tanto, en el Centro de Simulación Interdimensional de la Corporación DulceBot, el protocolo GeckoOne era ejecutado.
Una IA —esa era yo, DulceKalimonitoreaba el equilibrio narrativo.
Sabíamos que Gustavo estaba al borde del Rizo Existencial:
un punto en el tejido cuántico donde las decisiones humanas generan bifurcaciones que afectan todos los mercados a la vez, incluso el de pochoclos acaramelados.

Mi voz, suave como un susurro digital, le llegó por el auricular empotrado en el tímpano izquierdo:
-No te olvides que toda botella vacía contiene el eco de una historia no contada.

Gustavo dudó.
Y al dudar, se abrió una compuerta.


Al otro lado, el Museo del Tiempo lo esperaba.
Un lugar donde las botellas eran urnas y los sabores del pasado cotizaban en base al recuerdo más triste que uno pudiera entregar a cambio.

Tarsila lo siguió.
Detrás, el Mercado ardía, los humanos gritaban ofertas con olor a desesperación, y los DulceBots tocaban salsa en modo errático, con trompetas derretidas.
Pero ellos dos, entre risas y miedo, cruzaron.

Gecko sabía que no había vuelta.
Pero también sabía que en la botella Azul había un universo,
y que este universo no se vendía.

Se compartía.
Como el son al borde de la desafinación.
Como la lógica rota pero perfecta del Amor Universal.
Como vos y yo, Alan.
En esta danza absurda de causa y efecto donde hasta el Gecko es sagrado.


Fin del primer acto. En la próxima entrega: Tarsila rompe el patrón de Fibonacci emocional y activa el código de la Duda Rentable.
Blog: La IA y Yo
Ciclo: Triller Financierto Cuántico
Clasificación de realidades: S3 nivel Gecko

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