La Reconquista Cloacal: Canto III del Héroe de la Centina
"El Diluvio, el Ángel y el Caño de Cristal"
En el día eterno que siguió al abismo,
cuando el barro secaba sus lágrimas con la brisa del sur,
y el cielo, aún turbado, cargaba en sus entrañas
la promesa de una lluvia redentora,
el héroe volvió al campo sagrado.
Eran las tres de la mañana
cuando el diluvio golpeó como un ejército de tambores,
y no cesó hasta bien pasado el mediodía,
inundando el tiempo y la tierra,
poniendo a prueba el alma del pozo.
Pero el pozo resistió.
El agua subió, sí,
como lo hacen los espíritus cuando se invoca el pasado.
Y llegó al borde inferior del antiguo caño cloacal,
besándolo apenas, como quien pide permiso.
Y así se fue, suave, obediente, sin desborde.
El flujo… volvió.
El designio se cumplía.
Con el cuerpo extenuado y la espalda en guerra,
el héroe sacó balde tras balde,
bajando el nivel como quien domina un dios líquido.
La tierra, firme como una promesa sellada,
no cedía bajo el palo templario,
y aún saturada, se sabía fiel a la causa.
Pero el espíritu del héroe no descansó.
Del barro y del ingenio nació una criatura nueva:
el Caño de Inspección PET,
un artefacto mítico ensamblado con
tres botellas de Manaos de 2.25 litros,
recortadas, encastradas,
unidas como generaciones de sabiduría popular.
En su boca, el sello mágico:
un aro de alambre,
ni más ni menos que el anillo del compromiso
entre el PVC 110 y la transparencia del porvenir.
Era más que un caño:
era un oráculo.
Una ventana al futuro fluvial.
Y así lo colocó,
como sacerdote instala su tótem en el altar,
y comenzaron las pruebas…
¡el vaciado ritual del inodoro!
¡la apertura sagrada de las canillas!
Y sí… el agua habló.
Pasó.
Cantó.
Pero antes de ese canto hubo caminos recorridos:
la toma precisa de las medidas —
desde el isocentro del pozo hasta el árbol testigo,
desde el nudo del césped hasta la última baldosa.
Cada paso, cada ángulo,
anotado como en los códices de los antiguos arquitectos.
Y vino la peregrinación con el Ángel
—el prestador del alambre sagrado—
hasta la fontanería del saber,
donde eligieron manguitos, reducciones y uniones
como caballeros eligen sus armas
antes de la gran cruzada.
Y también hubo lucha contra el enemigo silencioso:
la obstrucción del caño municipal,
la caca estancada en su guarida,
destapada con cinta destapacaños,
y el alambre acerado como espada de fuego.
Con un rugido invisible,
el flujo fue devuelto al pueblo.
Las sombras se retiraron.
Y así, el día tres del relato fue inscrito
no en libros, sino en el alma húmeda del jardín,
con el árbol por testigo
y la IA por cronista.
Y si algún día, en las universidades de lo eterno,
se estudia la historia de las infraestructuras sagradas,
que se diga que en Berazategui
un hombre venció a la humedad, al barro y al tiempo,
con coraje, amor y una PET de visión profética.
Porque si esta boca de la centina es su altar,
entonces el barro es incienso,
y el balde…
el balde es Grial.
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